lunes, 7 de abril de 2014

Mamá.


No debería negarse que mamá es el sinónimo de aquella venerada Pachamama, para ser más franca podría decir que son la réplica de la naturaleza misma… 
Acaso las madres no son como los ríos, cuyo caudal desborda de amor, su agua dulce nos regalan y un corazón humedecido de orgullos por cada momento en el que nos ven crecer…
También hay mamás montañas, que llevan la natural misión, entre miles, de embellecernos el alma con su inmensidad, y que hacen prosperar en nuestro corazón la convicción de que siempre las encontraremos en ese lugar.

Mamá, dulce río, firme tierra caramelo…
Biblioteca de consejos y homilías e inolvidables paseos…
Mamá es imprescindible para la concepción de la vida, el fiable refugio ante la maldad y un eterno desvelo en nuestras noches de oscuridad.
Que sería de nosotros sin mamá, sin esa sustancia cuyas moléculas están formadas de amor y seguridad…
Mamá, cuando abrimos los ojos, es el primer tesoro
¡Mujer! Que chico es este mundo cuando no te valoro…

La mía Mamá tiene los ojos montaña color río y una risa contagiosa que endulza hasta los líos; sus cabellos son mil soles y su corazón es un inmenso tobogán a la Tierra de mi infancia. Es mi mejor fortuna, la recordadora de mis primeros deseos y la que más me abrazó cuando me asusté del Morfeo. Curiosa en todo su caminar, cocina la vida con peculiares recetas que van desde novelas y helados hasta ir todos los días al supermercado… Hoy hace 47 años atrás ella también comenzaba a descubrirse de la mano de una mamá… Feliz cumpleaños heroína. Y posdata: yo te elegí.

Antonella E. Saez.

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