martes, 13 de mayo de 2014

En la caverna del interior todo es posible.

Me colgué de lo gratis del viaje de pensar, y bajó a mí el paradigma de que probablemente ya nos dijimos todo, ya declamamos el total de las palabras, ya construimos la arquitectura de la voz universal.
Me atreví a pensar que ya exteriorizamos todas las expresiones fundamentales y  nos otorgamos la legítima licencia de agotar las consumiciones sin cargo del lenguaje hablado.
Que sin preocupación fuimos gastando los cupones de vale por “algo” inédito, y en una actitud crédula nos abusamos de nosotros mismos y como tapitas descartables tiramos a predicar el pensamiento.
Que hemos reducido los vocablos, sin notarlo, a marionetas de lo gramatical, pretendiendo ocultar la repetición con el disfraz de la retórica y nos fuimos recibiendo como productores de oraciones distraídos de que el orden de los factores no altera el producto…

Me revelé para escucharme y por un momento tache de mi raciocinio a los aproximados doscientos mil años atrás de la ciencia en donde mutó aquel gen que nos proporcionó el lenguaje articulado, y condenó nuestra cultura a la genética.
Porque quizás la Torre de Babel fue algo más que una confusión de lenguas, quizás fue la estrategia de los Dioses para evitar caer en el aburrimiento de lo común, en las ruinas del haberse pronunciado todo, y de esa forma nos hicieron jugar a decir lo mismo pero de una manera diferente, tantas veces hasta el día de hoy. 

ANTONELLA E. SAEZ.

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