sábado, 7 de junio de 2014

Carta de un desconsuelo.

 // Primera parte. 

Una menguada cantidad de discos de folk que comienzan a acumularse en los oídos de la sensibilidad y sobre esta mesa de vidrio. 
Libros, muchos, por toda la habitación, distribuidos en diversas partes, donde quepan, donde transformen el oscurantismo, en cada fracción de este espacio donde haga falta la luz;
para que el olvido no se atreva a ingresar y nunca jamás faltarle el respeto a las letras.
Una lamparita cálida que se asemeja al sol de otoño en la empresa del silencio junto a los amargos, camaradas de mi colección de ocasiones que valen la penar recordar.
Pinturas santas y muy poco cachivache para no desnaturalizar a la belleza de la sencillez...
Café nacional y un té de caramelo y vainilla para cerrar los ojos y justipreciar cuántas cosas son las que nos proveen las viseras de la madre Tierra.
Un momento de meditación milenaria, de respirar y colmar las cisternas pulmonares con el bendito aire que nos propulsa a estar, sin más...a estar.
La mirada cegada por el color del interior y de fondo chirríe un silbido calinoso que impulsivamente retribuyo con la palabra Gracias...
Pero, ¿Que es eso que allega desde afuera? ¿Qué es eso que enfría mi piedad? El ventano está abierto y en un tris la tempestad me despoja el pellejo y me vuelve a dejar en carne viva las cicatrices del alma (...).


Antonella E. Saez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario