Cuantos que quieren alcanzar el éxito, convertirse en millonarios de grandes riquezas monetarias o no, renacer como estrellas o artistas en la constelación del reconocimiento, encontrar, o más bien generar, el amor, amar y ser amado..., constituir una familia para la unificación eterna, conseguir amigos infalibles, traducir la imaginación a un libro y que las palabras escritas sean el único lenguaje, poseer la libertad de ser y hacer aquello que nos hace pleno y nos conecta con el alma de cada cosa que existe.
Sin embargo la mayoría de ellos no se animan a emprender ese viaje hacia la felicidad, se ven inmóviles ya en la línea de partida hacia ese anhelo soñado. Se sienten incapaces, se rinden sin intentarlo, ante las limitaciones autoimpuestas, ante los espejismos de una posible desilusión, ante las excusas, esas excusas que utilizan para protegerse del temor que se desprende de una vida demasiado conflictiva, frustrada y común, demasiado ausente para que la luz nos llegue.
Sin embargo no saben que las oportunidades son amaneceres que llegan disfrazados de desdicha, de temporadas de morder el suelo y quebrar las rodillas ante tanto culebreo, de momentos de desesperación comiendo de súplicas a Dios. Las oportunidades vienen contundencia hacia nosotros cuando estamos distraídos, con los ojos abiertos a las desgracias y la mala información, para que nos demos cuenta de que el comienzo del primer día de esa vida que queremos construir, no se fía de nada para lograrla, excepto por la capacidad de saber lo que se quiere y la firme determinación de mantenerse fiel a eso hasta haberlo realizado. Porque saber lo que se quiere, es la única fuerza que impulsa hacia el principio y el fin de toda realización.
Antonella Elizabeth Saez.